Inicio:Galerie Mailletz |
Fin:UNESCO |
«Solo puedo decir que París me pertenece»
Ribeyro pasó cuatro décadas en París, una ciudad en la que fue periodista, diplomático y escritor. Sus anécdotas y peripecias parisinas aparecen en la producción literaria del escritor peruano.
En la calle Gay Lussac me cruzo con el colombiano que viajó en mi camarote cuando regresé al Perú en 1958 a bordo del Marco Polo. Entonces fuimos amigos, vivíamos encerrados en un pequeño espacio, leíamos, fumábamos y bebíamos juntos. Ahora, seis años más tarde, nos cruzamos como dos desconocidos, sin ánimo de sobrepararnos para estrecharnos la mano. No es solamente la fragilidad de la amistad lo que me sorprende, sino la coincidencia de habernos cruzado en París, de haber estado otra vez los dos, aunque sea por unos segundos, ocupando un espacio reducido. El infinito encadenamiento de circunstancias favorables para que este encuentro se produzca. Desde que nos despedimos en Cartagena en 1958 hasta hace un momento en la calle Gay Lussac, todos los actos de su vida y los míos han tenido que estar dirigidos, regulados con una precisión inhumana para coincidir, él y yo, en la misma acera. Cualquier pequeña falla que hubiera ocurrido ayer o hace una semana o hace un año, hubiera impedido este encuentro. En la vida, en realidad, no hacemos más que cruzarnos con las personas. Con unas conversamos cinco minutos, con otras andamos una estación, con otras vivimos dos o tres años, con otras cohabitamos diez o veinte. Pero en el fondo no hacemos sino cruzarnos (el tiempo no interesa), cruzarnos y siempre por azar. Y separarnos siempre.
(Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas completas [1975], Barcelona, Tusquets, col. Marginales n.° 89, 1986, págs. 52-53)
El autor de la Ruta Ribeyro, Paul Baudry, recomienda visitar el Petit Cluny, «el típico café del boulevard Saint-Michel que pasa desapercibido, pequeño, austero y hasta popular». Sin embargo, fue en ese café ubicado en el corazón del barrio latino que Ribeyro escribió su cuento más conocido, «Los gallinazos sin plumas», a mediados de la década de 1950.
Ribeyro relata en «La tentación del fracaso» cómo se miraba haciendo muecas en uno de los espejos del café próximo al cruce de los bulevares de Saint Germain y de Saint Michel.
El café, que tiene dos entradas, continúa abierto hoy en día y también permanece parte de la antigua decoración, incluidos los espejos.