
La «calle del Hambre» —como aseguraba Edwards que la llamaban los bohemios latinoamericanos— nacía en una esquina del boulevard Montparnasse, donde fantaseó mescolanzas poéticas, eróticas y políticas:
A partir de entonces tuve la impresión extraña, enteramente personal, mezclada con sentimientos contrarios, irritación, celos confusos, de que ahogaba los lamentos por la fe política perdida en los brazos, o en la vagina, de las mujeres, o de que ambos extremos, el escepticismo político y «la carne que tienta con sus frescos racimos», para citar a nuestro Rubén Darío, que posiblemente inventaba estos artefactos poéticos bajo estos mismos aires, cerca del mismo ángulo metafísico de la Rue Delambre y del Boulevard Montparnasse, se reforzaban mutuamente.
(El origen del mundo, pp. 30-31)