Esta plaza, particularmente apreciada por el desterrado, se encuentra a dos pasos de su pensión parisiense y la descripción minuciosa que nos ofrece, parecida a la de una guía turística, nos revela que ha cambiado muy poco:
«No le cruza ni le bordea tranvía ni autobús, no hay a su vista estación alguna del Metropolitano y son pocos los autos que rompen el susurro de su sosiego. (…) Del lado que da a mi jaula, se alza un monumento, bastante ramplón, en que aparecen dándose la mano Lafayette y Washington, en bronce. Más dentro del parquecito, al pie de unos castaños de Indias, se alza un lamentable bloque de mármol al que corona un busto de un señor con patillas, y en medio del bloque un medallón con una cabeza de perfil. Debajo de esta segunda dice: Paul Bert y debajo del busto «Horacio Wells, renovador de la anestesia quirúrgica» (...) Más abajo, al otro extremo del parquecito, otro monumento parquesco. Un soldado francés y otro de los Estados Unidos de la América del Norte (…) se dan las manos.
A este parquecito suelo bajar, enteramente solo - pero ¡con qué compañía dentro!-, cuando quiero arar y binar mi soledad parisiense, cuando quiero heñir mi morriña, o amasar mi nostalgia (…) Allí, sin tener que cerrar los ojos, sueño y reveo aquel Campo de San Francisco, de mi Salamanca, donde tantos ensueños he brizado, donde tantos porvenires he soñado».
(O. C. E. I, 567-568)