Para Miguel de Unamuno, el Sena no es un río sino un canal; «es ya, como la Torre Eiffel, un artefacto» y echa de menos el que París «a falta de la mar, tenga siquiera un río». Según él, los muelles del Sena no pueden compararse con las riberas cambiantes del Tormes «aquel Tormes en que los sauces, alisos, olmos y mimbres hunden sus raíces en el agua de la orilla». (O. C. E., I, 571). En un soneto, incluso invoca »las tristes márgenes del Sena» (O. C. E., VI, 724) y añora el Nervión de su Bilbao natal:
«El río, el Sena, pintoresco a trechos, es un canal, está aprisionado entre pretiles. Los árboles que a trechos le flanquean son pobres árboles prisioneros, con las raíces bajo losas. Me recuerda algo a mi ría natal, […] pero el Nervión es ría, llega a él la marea, el pulso de la mar, y la Sena es río, no se alza y se baja cada día».( O. C. E, VIII, 624).
Se puede imaginar que Miguel de Unamuno, como su alter ego, U. Jugo de la Raza, va «errando por las orillas del Sena, a los largos de los muelles, entre los puestos de librería de viejo»; incluso es probable que la tentativa de suicidio del protagonista desesperado y solitario sea más autobiográfica que ficticia:
«Y cuando para volver acá he atravesado el puente de Alma – ¡el puente del alma! – he sentido ganas de arrojarme al Sena, al espejo. He tenido que agarrarme al parapeto». (Cómo se hace una novela, Buenos Aires, 1927).
O. C. E y (Cómo se hace una novela, Buenos Aires, 1927)