
Es a la estación de Orsay, que fue construida para la exposición Universal de 1900 y que realizaba el trayecto París-Orleans, donde llega en el otoño de 1927, a la edad de veintisiete años, el joven compositor con su inseparable compañero y guía Rafael Ibáñez.
La primera toma de contacto es dura. El joven ciego y su guía, cada uno con su pesada maleta, salen de la estación de Orsay, frente a los jardines de las Tullerías, y se encuentran en medio de un mundo ruidoso, confuso […] Rafael mira a su alrededor y Joaquín aspira hondo esperando algún comentario de su amigo antes de preguntarle qué le parece. Allí a menos de cien metros hay un puente. «¡El Sena!», dice Rafael con aires de conquista.
(Carlos Laredo Verdejo, Joaquín Rodrigo)