Julio Cortázar se establece en la Casa Argentina en 1951, mientras dispone de una módica beca para escribir un trabajo sobre literatura francesa que, según parece, nunca presentó. Lo cierto es que su estancia en la Casa es de apenas unos meses porque no le veía la gracia a haberse marchado (¿escapado?) de su país para seguir rodeado de compatriotas.
«Después de dos días en un hotelito, ingresé en la habitación 40, tercer piso, del pabellón autóctono de la Cité. La pieza tiene un ventanal que da sobre los parques y sol todo el día. Moblaje suntuoso pero provisto por algún engominado sin noción alguna de lo que conviene a un estudiante. Ej.: gran mesa con dos cajoncitos donde no te cabe ni una tarjeta postal. He tenido que dejar conmigo dos de los cajones que traje, para meter libros, pues en las pulcras paredes no hay un solo estante. La luz eléctrica es pésima, y el reglamento prohíbe reforzarla; creo con todo que se puede hacer. Para mostrar mi discrepancia con dicho reglamento en lo referente a sus úkases sobre las marcas en las paredes, procedí ya a colgar de sendas chinches mi variada pinacoteca».
De una carta a Eduardo Jonquières, 8 de noviembre de 1951