Aunque hoy pueda parecer casi increíble, cuando en 1979 Cortázar decide comprar un apartamento mayor que aquel en que vivía con Carol Dunlop, su segunda esposa, se dio cuenta de que no tenía dinero suficiente. Su amigo Saúl Yurkievich le sugiere que venda el mecanuscrito original de Rayuela a alguna universidad norteamericana, y Cortázar responde: ¿Tú crees que esos papeles valdrán algo, que alguien los querría? (El documento lo compró Princeton University, donde se conserva celosamente, y el piso fue la última y feliz residencia parisina del matrimonio)
«Estamos muy bien en el nuevo departamento. Los amigos nos han ayudado muchísimo para instalarnos, y estamos en la etapa final de colgar cuadros y completar los pequeños detalles. La calefacción es muy buena (radiadores de gas) y tenemos muchísima luz que entra por las ventanas de los dos lados. Creo que te dije que hay un balcón que corre a lo largo de tres piezas, de modo que cuando empiece el buen tiempo podremos comer en el balcón, y yo compraré una parrilla con patas para hacer asaditos criollos, que me siguen pareciendo los mejores del mundo. […] Hay un gran silencio, podemos escuchar música sin inconvenientes, y como ves nos sentimos muy contentos de la mudanza; la verdad es que nos ahogábamos en el pequeño departamento en que viví tres años».
De una carta a su madre, 17 de enero de 1980