Hasta hace unos veinte años, la embajada de Cuba se hallaba en la avenida de la Grand Armée, en un edificio propio de un país capitalista. Luego cambiaron para este lugar, más modesto, cerca de la Torre Eiffel y con el consulado adyacente.
Alejo escribía como dicen que lo hacía Hemmingay, cinco horas diarias sin parar, desde las siete de la mañana hasta conseguir una página diaria. Sí, pero si hay entusiasmo, renuncio a la comida hasta concluir un capítulo o llegar a un punto determinado del relato. No deseaba más. El resto del día lo dedicaba a sus labores consulares, a recibir amigos y a visitar exposiciones, cine, teatro.
Tímido y discreto, cuando se sentía en confianza y daba en conversar era el amigo cariñoso, transformando su charla en relatos autobiográficos y barrocos. Hablaba de filibusteros, pintura, música, historia en particular de América Latina. Cierta vez que me soltó una conferencia sobre el real-maravilloso, me aconsejó:
Tú, que eres gallego, deberías escribir la vida de Juan de Betanzos, un personaje extraordinario, que fue lengua de Pizarro.
Ramón Chao