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Las huellas de la cultura en español

bd Montparnasse

10 | La Coupole
bd Montparnasse 102 | 75014 | París

Fue una de las brasseries favoritas de Neruda desde su primera pasada por París en 1927, un lugar de encuentros, donde una vez consolidada su fama de vate continental o de poeta bestseller, daba rienda suelta a su afán gastronómico. Es allí donde se inició su larga y contundente amistad con Ilya Ehrenburg, en 1949, en circunstancias particulares: Neruda, que tenía serios problemas de legalidad luego de verse obligado a dejar Chile clandestinamente, se le acusó de recibir instrucciones soviéticas de Ehrenbourg, a quien no conocía, para que fueran transmitidas a España.

«Decidí entonces presentarme a Ehrenburg. Sabía que concurría diariamente a La Coupole, donde almorzaba a la rusa, es decir al atardecer. Soy el poeta Pablo Neruda, de Chile le dije. Según la policía somos íntimos amigos. Afirman que yo vivo en el mismo edificio que usted. Como me van a echar por culpa suya de Francia, deseo por lo menos conocerlo de cerca y estrechar su mano».

(Pablo Neruda, Confieso que he vivido, Seix Barral, 1974).

«En una ocasión estábamos en La Coupole de Montparnasse, pasada la medianoche, comiendo algo y bebiendo un poco de vino, cuando noté que se hallaba cerca de nosotros Alejandro Jodorowsky, uno de los personajes interesantes de mi generación chilena, que había emigrado pronto y no había regresado nunca, mimo, actor, novelista, director de cine y de teatro, autor de la película El Topo, guionista de tiras cómicas dotadas de algún toque perverso y animador de una par de happenings realizados en París en esos años, en colaboración, algunas veces, con su amigo Fernando Arrabal. Llamé a Jodorowsky a la mesa e hice las presentaciones del caso.
He oído hablar de usted —dijo Neruda, con el mejor de los ánimos—.
Y yo —dijo Alejandro Jodorowsky— también he oído hablar mucho de usted.
El breve intercambio fue glacial, y la conversación, como es de suponer, no pasó de ahí, y no porque Neruda, en ese momento de su vida y de su evolución política, no pusiera buena voluntad de su parte».

(Jorge Edwards, Adiós, Poeta, Tusquets Editores, 1990).

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