Como tercer secretario de la Embajada de México, Octavio Paz contaba con un apartamento en un barrio elegante al oeste de la ciudad. Llegar hasta allá suponía largas caminatas, propicias a la reflexión, la composición o el diálogo. Gélido y oscuro, ofrecía la ventaja de sus vastísimas dimensiones, razón por la que no tardó en convertirse en bullicioso centro de reunión de una libre y eléctrica cofradía de artistas y escritores latinoamericanos que se buscaban a sí mismos en el París de la posguerra.
«En una casa de la Avenida Victor Hugo los hispanoamericanos soñaban en voz alta con sus volcanes, sus pueblos de adobe y cal y el gran sol, inmóvil sobre un muladar inmenso como un inmenso toro destripado».
(Blanca Varela, «Destiempos», en Puertas al campo).