
A principios de julio de 1930, en vísperas del divorcio de Gala y Éluard, Dalí y Gala abandonan el piso de la rue Becquerel, situado bajo el Sacré-Coeur de París, para mudarse al otro lado de la capital francesa, al número 7 de la rue Gauguet.
A nuestro regreso a París nos mudamos del n.º 7 de la calle Becquerel al n.º 7 de la calle Gauguet. Era éste un edificio moderno funcionalista. Yo consideraba que esta clase de arquitectura era autopunitiva, la arquitectura de los pobres y nosotros lo éramos. Así pues, no pudiendo tener escritorios Luis XIV, decidimos vivir con inmensas ventanas y mesas de acero cromado con un
montón de cristales y espejos. Gala tenía el don de hacerlo «brillar» todo, y en cuanto penetraba en un sitio, todo se ponía a relucir furiosamente. Entretanto, esta rigidez casi monástica excitaba aún más mi sed de lujo. Me sentía como un ciprés creciendo en una bañera.(Vida secreta, tomo 1, p. 269)
Lo desee o no, parezco destinado a una excentricidad truculenta. Tenía treinta y tres años. Un día en París me llamó por teléfono un joven y brillante psiquiatra. Acababa de leer un artículo mío en la revista Minotaure sobre «Mecanismo interno de la actividad paranoica». Me felicitó y expresó su asombro ante la exactitud de mi conocimiento científico de esta materia, tan mal comprendida
usualmente. Deseaba verme para discutir conmigo toda esta cuestión. Convenimos en vernos a hora avanzada aquella misma tarde, en mi estudio de la calle Gauguet. Pasé toda la tarde en un estado de agitación extrema, ante la perspectiva de nuestra entrevista, e intenté planear por anticipado el curso de nuestra conversación.(Vida secreta, tomo 1, p. 790)