El día de la investidura de François Mitterrand, en el mes de mayo de 1981, el flamante presidente rinde honores en el Panteón, monumento de los hombres ilustres, al socialista Jean Jaurès y al resistente Jean Moulin. Donde se juntan los espíritus de dos mayos parisinos vividos por Carlos Fuentes, invitado oficial a las ceremonias:
«Ahora el cortejo multitudinario, con Mitterrand a la cabeza, avanza entre cientos de miles de seres que se amasan en las aceras, cuelgan de las lámparas, atestan los balcones, pueblan precariamente los techos y gritan:¡ganamos, ganamos!, arrojan las rosas y todo vuela: las flores, las mariposas de papel, las nubes cargadas, la gente llegada de toda París, de toda Francia, los oriflamas tricolores, los brazos abiertos en V, el gran himno de la Novena de Beethoven dirigido por Barenboim, la tormenta que estalla en el cielo y abajo entre los adoquines donde está la playa; Mitterrand, la memoria, ha entrado al Panteón a depositar las rosas entre las tumbas de Jean Jaurès y Jean Moulin».
«Desciende por los escalones del Panteón una mujer esbelta, contenida, extrañamente alegre y melancólica a un tiempo. Volteo para reconocerla. Pienso. Se aleja. Lo sé. Es la muchacha que aparece en la portada de mi reportaje sobre el 68: París. La Revolución de Mayo. Estoy seguro, es la misma. ¿Cómo voy a olvidar, si he visto esa portada todos los días durante trece años? Es ella. Pero es otra. Ya no tiene veinticinco años. Se pierde en la multitud dispersa de este crepúsculo. No olvidaré nunca su paso, su alegría, su desencanto, su determinación. Su contradicción vital. No me habló nunca, pero me dijo:
No soy más. Soy mejor.
Era la voz de otro mayo hablándole a este mayo».
Carlos Fuentes, Un día de mayo (II), ABC, 22 de enero de 1984