El 17 de enero de 1938 se inaugura en la Galería Beaux Arts de París la «Exposition Internationale du Surréalisme», organizada por André Breton y Paul Éluard. Dalí y Max Ernst aparecen en el catálogo como consejeros especiales de la exposición. Dalí presenta, entre otras obras, el Taxi lluvioso que abre la muestra.
Cómo juzga Dalí la exposición surrealista de 1938. El montaje de aquel Olimpo del deseo surrealista había dado ocasión a escenas de curiosa moralidad. Breton había aceptado sin pestañear el maniquí de Duchamp tocado con un sombrero de hombre y vestido con chalecoy chaqueta, cuyo pañuelo de bolsillo se encendía mediante una bombilla; sobre su pubis, se podía leer en lápiz la inscripción: rose sélavy.*
Masson presentó, por su parte, un maniquí cuya cabeza estaba metida en una jaula de pájaros. Pero cuando Max Ernst quiso montar una pareja en la que se veía a un hombre con cabeza de león
que enlazaba a una mujer vestida de luto y cuya falda subida dejaba ver un pantaloncito de seda rosa donde brillaba una bombilla eléctrica, aquello fue el escándalo: «¡Nada de fuego en las bragas!», dijo Breton. Y Max Ernst tuvo que apagar aquella llama de deseo inmoral. El «jefe» del surrealismo casi cae fulminado por una apoplejía cuando una mañana descubrió un maniquí desnudo,
de no sé quién, que llevaba suspendida entre los muslos una pecera donde nadaba un pez rojo. Sus chillidos llenaron la galería y la pecera quedó pulverizada. Primero el fuego, y ahora el agua y los peces, eran condenados a los infiernos de la moral burguesa. Como cada maniquí había sido bautizado con el nombre de una calle: rue Faible, rue Vivienne, rue aux Lèvres, rue d’une Perle, rue de la Transfusion de Sang, rue Cerise, se compuso una suerte de París ideal… donde no faltaba más que la rue Evêché y la del Confessionnal.** En este clima, propuse crear un «Comisario General de Imaginación Pública» que escapara a las furias del Breton bilioso, quisquilloso y, para mi gusto, demasiado condicionado a los sueños racionales y juiciosos. Yo había aportado un maniquí con una cabeza de tucán hecha con cartón negro; lo adorné con un huevo situado entre los dos senos y lo vestí con una multitud de cucharas juntas. Un velador de paja sostenía mi teléfono afrodisíaco
cuyo receptor estaba hecho con un bogavante hervido.
** Una de las expresiones favoritas de Duchamp, que utilizaba a menudo como seudónimo; al pronunciar la primera erre por separado sonaba como Eros, c’est la vie (Eros es la vida). (N. del T.) ** Estas dos últimas calles de París eran «de mala nota». (N. del T.)
Desde luego, mi participación la habían limitado a este ejercicio de estilo y a la exposición de El gran masturbador y de la Jirafa ardiendo. Di el golpe al pedir que en el patio de entrada que daba acceso a la galería se erigiera un monumento hecho con un taxi cuyo techo agujereado dejaría filtrar una lluvia continua sobre una Venus recostada en un lecho de líquenes y conducido por un monstruo. Creí que Breton iba a estallar de furor. Era ya la víspera de la inauguración
y yo venía a fastidiarle sus planes. Pero fui convincente. La asamblea me aclamó y, terminada la sesión, redacté el proyecto de mi taxi lluvioso «para damas esnobs y surrealistas», con un tapiz especial e instalación de lluvia interior, doscientos caracoles de Borgoña, y doce ranas
enanas cada una de ellas con una corona muy fina sujeta a la cabeza. El chófer debería cubrirse con un casco construido con una mandíbula de tiburón. La dama iría vestida preferentemente con una sórdida cretona, estampada con figuras del Ángelus de Millet y de sus sensacionales Espigadoras. Se levantó el acta y yo la firmé.*
No se encontraron las ranas, pero la exposición se abrió el 17 de enero de 1938 con olor de café torrefacto y bajo los gritos de monos africanos propagados por un fonógrafo.
Yo compartí con Max Ernst el título de consejero especial muy especial.
Sobre el anuncio se podía leer: El descendiente auténtico de Frankenstein, el autómata «énigmarelle», construido en 1900 por el ingeniero americano Ireland, atravesará a las doce y media de la noche, con su carne y sus huesos ficticios, la sala de la exposición surrealista. A las veintidós horas, inauguración por André Breton. Aparición de seres objetos la histeria el trébol hecho carne el tropiezo por Hélène Vanel gallos atados clips fluorescentes saltos de cama de tallas hidrófilas las más bellas calles de París Taxi lluvioso cielo de murciélagos.
Confesiones inconfesables, página 563