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Cada tarde, al regresar de la tertulia de La Rotonde, Unamuno suele cruzar el Jardín de Luxemburgo y luego caminar por el bulevar Saint Michel hasta el Sena. El espectáculo de la naturaleza bajo el sol del otoño parisino recuerda escenarios salmantinos entrañables al expatriado llegado al otoño de su vida:
«A fines de octubre, cuando casi todos los días atravesaba el jardín del Luxemburgo, envolvía mis recuerdos y ensueños en la visión de la caída de las hojas doradas ya por la muerte. Y entonces escribí:
Doradas hojas de la lenta tarde
De mi vida y del año: sueño al veros
Las piedras de oro ¡sus rojos letreros!
De Salamanca donde Dios me guarde.
Corazón: nunca has sido tú cobarde;
Esas hojas te anuncian los primeros
Hielos de aquí, en París, ¡oh, los braseros
Donde el rescoldo entre cenizas arde!
(O. C.E., VIII, 617)
