El piso de la Place Falguière es conocido no sólo como referente espacial dentro de la geografía ribeyriana de París sino también como tema literario o reflexivo por excelencia. La soledad del autor o la inquietante presencia de los objetos motivaron varios fragmentos de Prosas apátridas (1975), por ejemplo. Ribeyro contemplaba y escribía sobre el mundo desde su balcón como si se tratara de un mirador privilegiado para disertar sobre la condición humana. Esta pequeña rotonda situada en el corazón del 15ème arrondissement se convirtió en el escenario de sus reflexiones más irónicas y escépticas durante los años 1970.
¡Cuánto tienen que circular los objetos para encontrar en una casa el lugar que les conviene! En los pocos años que llevamos en la place Falguière, sillas, lámparas, cuadros, estantes, han sido protagonistas de un fatigante periplo, que los llevó de pieza en pieza y de rincón en rincón. Algunos, es verdad, se adaptan con facilidad y terminan por habitar pacíficamente con sus vecinos. Otros, las insociables, los réprobos, no encuentran posición ni lugar y transitan sin descanso de un espacio a otro, sin echar amarras en ningún sitio. Mal que bien, a regañadientes, terminan a veces por aceptar una esquina y llevar allí una vida que yo adivino plena de incomodidad y de resentimiento. Pero hay también los irrecuperables, aquellos que no transigen con nada y que como castigo a su espíritu subversivo son recluidos en el fondo de un cajón o en la oscuridad de un sótano. Objetos terribles, condenados, que deben estar tramando en silencio alguna venganza atroz.
(Prosas apátridas, Barcelona, Seix Barral, 1975, p.9)