Espacio urbano muy amado por Ramón, que en 1924 habla de él en su prólogo a «Una noche en el Luxemburgo», de Remy de Gourmont, «el obispo espúreo», y también en Automoribundia.
Paseos con Magda «la de los Domingos», a la que recuerda en apareciendo por la desembocadura de la rue Servandoni.
«Me sentía solo, helado como un pájaro en la nieve, desheredado de camiserías y sastrerías, alma en pena en el Jardín del Luxemburgo, cuando un día encontré una bella dama rubia de ojos azules que con una niña de dos años jugando a su vera llevaba un niño de meses en su cochecito. Nuestras miradas se enredaron como si no pudiesen separarse, y como ella viese mi timidez desesperada, escribió unas palabras en el periódico que tenía en la falda, y como si moviese un vagón-correo echó hacia mí el cochecito del niño. Yo paré el tope de su agarradero, tomé el diario, leí rápidamente que en él me decía que ella era divorciada, y le devolví niño, coche y diario, acercando mi silla de hierro a su silla de hierro.
Desde ese día París tenía objeto, y volví a ser niño para llegar a ser hombre. ¡Abnegadas mujeres francesas para el amor muerto!»
«Nuestra despedida en el Luxemburgo fue algo que dejó tristes a los árboles, a las estatuas y a los niños».
«Para mí, París, ya era ella saliendo de la Rue Servandoni con su preciosa niña que se había de morir años más tarde- y su niño, que es hoy un joven rubio y francés»
«Me había gastado los dos mil francos que tenía por si caía enfermo, más todos mis repuestos, y otra vez volví al pobre restaurant, y volví al Luxemburgo, y me asomé a los telescopios arbóreos y fríos de la Avenida del Observatorio, y como aún no se sabía nada de Picasso, no vi a Picasso».
Automoribundia