
En 1903 Darío recibe el nombramiento de cónsul de de Nicaragua en París e instala su lujoso (si bien efímero) consulado en la escalera C del Pasaje de los Príncipes.
Darío era nombrado Cónsul en ejercicio, con la exigua asignación de quinientos francos mensuales; el Poeta estaba feliz; era la primera vez que se asomaba a las regiones oficiales de su patria.
(José María Vargas Vila, Rubén Darío)
Entre mis tareas consulares y mi servicio en La Nación, pasaba mi existencia parisiense. Me instruí en mis funciones consulares y tenía como canciller a un rubio y calvo mexicano, limpio de espíritu y de corazón, y a quien convencimos, en horas risueñas, algunos hispano-americanos, de que, dado su tipo completamente igual al de los Habsburgos y la fecha de su nacimiento, debía de ser hijo del emperador Maximiliano; y el «rico tipo», con poco cariño por su papá y poco respeto por su señora mamá, llegó a aceptar, entre veras y bromas, la posibilidad de su austriaco parentesco…
(Rubén Darío, La vida de Rubén Darío escrita por él mismo)