En 1960, el primer encuentro entre los dos amigos y escritores del boom dio pie a un equívoco de comedia cuando Carlos Fuentes confundió a Julio Cortázar, del todo distinto de las fotos que conocía, con el imaginario hijo del argentino:
—Pibe, quiero ver a tu papá.
—Soy yo.
No menos asombrosa es la casa del escritor:
Por fin, en 1960, llegué a una placita sombreada, llena de artesanos y cafés, no lejos del metro aéreo. Entré por una cochera a un patio añoso. Al fondo, una antigua caballeriza se había convertido en un estudio alto y estrecho, de tres pisos y escaleras que nos obligaban a bajar subiendo, según una fórmula secreta de Cortázar.
(Carlos Fuentes, «Discurso para la inauguración de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, Universidad de Guadalajara», La Nación, Buenos Aires, 7 de mayo del 2000).