En 1968, la añeja y solemne Universidad de la Sorbona, ocupada por los estudiantes, vive una inesperada primavera. Como un actor más en el escenario de los jóvenes rebeldes, observa Jorge Volpi, Carlos Fuentes escribe la crónica del 68 parisino:
Seamos realistas: pidamos lo imposible.
Los hijos de Marx y de Rimbaud: hay que transformar al mundo, hay que cambiar la vida. Las estatuas de Pasteur y de Pascal en la Sorbona lucen pañoletas rojas en el cuello y sostienen banderas negras entre los brazos; Victor Hugo, viejo sensualista, parece culminar un placer legendario y secular con esa maravillosa muchacha morena que hoy se sienta en sus rodillas de piedra.
La cabeza de Descartes sirve de apoyo a dos jóvenes que, en el patio atestado, escuchan esta noche a Jean-Paul Sartre…
(Carlos Fuentes, «París. La Revolución de Mayo», Los 68, pp. 49-50)