El 25 de abril de 1949 se celebra en la Sala Pleyel la clausura del Congreso Mundial de Partidarios de la Paz. En este se han reunido durante cinco días centenas de los escritores y artistas más importantes de todo el planeta, como también contundentes personalidades políticas. Meses antes, en Chile, tras la interdicción del Partido Comunista chileno por orden del presidente que había sido elegido gracias a la alianza con ellos, fueron encarcelados ministros y representantes comunistas, traición denunciada por Neruda, entonces senador comunista, quien acto seguido pasó a ser el enemigo público número uno, sumido en una rotunda clandestinidad.
Solo un puñado de personas sabía de su paradero; Neruda se convirtió en un símbolo, desatando una ola de solidaridad internacional, en medio de la Guerra Fría como antecedente del macartismo en los Estados Unidos meses después. La manera en que dejó Chile, cruzando una frontera improbable de la cordillera chilenoargentina disfrazado de arriero, y de cómo apareció de la noche a la mañana en París es toda una leyenda. Luego de meses de absoluta incertidumbre Picasso anuncia a los organizadores, aquel día de clausura en la Sala Pleyel, que tiene una sorpresa.
Preside esta última sesión Yves Fargue, quien anuncia, con tono intencionado: «Voy a dar la palabra al último orador, que va a cerrar la discusión general. El hombre que va a hablarles está solo desde hace unos minutos en la sala. Ustedes no lo han visto todavía. Es un hombre perseguido. Es Pablo Neruda».
Todos los asistentes se ponen de pie. No contaban con esta descarga eléctrica dentro del teatro. Neruda hace un discurso corto, en que aparece como disculpándose por la tardanza. «Queridos amigos —dice— si he llegado con algo de retraso a vuestra reunión, se ha debido a las dificultades que he tenido que vencer para llegar hasta aquí. A todos ustedes les traigo el saludo de gentes de tierras lejanas. La persecución política que existe en mi país me ha permitido apreciar que la solidaridad humana es más grande que todas las barreras, más fácil que todos los valles».
(Volodia Teitelboim, Neruda, Editorial Sudamericana Chilena, 1996).