
En sus largos años de exilio, una de las actividades favoritas de Bergamín era pasear a lo largo del Sena recorriendo los puestos de los bouquinistes comprando allí baratas ediciones antiguas de sus autores clásicos preferidos, no solamente para él, sino también para regalar a sus amigos.
Mientras esperaba el fin de su exilio, el pasatiempo favorito de Bergamín era pasear por las calles, los bistrós y las librerías de ocasión de París. Hizo de ello un arte en el que entrenaba a sus amigos compartiendo con ellos esos lugares.
Bajo el sol o bajo la lluvia, Bergamín era un andarín infatigable. Le gustaba particularmente el Barrio Latino, los quais (muelles) del Sena, la isla de San Luis. Solo o acompañado hacía interminables paseos siguiendo las huellas de Baudelaire, Nerval, Gautier, Hugo, Verlaine, Chopin o Heine. Y decía entonces: «He peregrinado».
(«El primer exilio de Bergamín en París. (1955-1958)», Roselyne Chenu en José Bergamín et la France)
Yo siempre lo fui: paseador solitario. Pero con amistades muy próximas. No puedo vivir sin amistad. La siento hasta en los árboles y los animales.
(Carta a José Franco y Beatriz Cort en Tras las huellas de un fantasma, Gonzalo Penalva)
Compraba en los puestos de los bouquinistes ediciones muy baratas de sus autores clásicos favoritos que luego, normalmente, regalaba a alguna de sus amigas. Como recuerda Florence Delay:
La generosidad de Bergamín era sin parangón. Llegaba siempre a mi casa con un regalo, un poema, un libro comprado en los bouquinistas, o uno de los suyos, a veces el último ejemplar que le quedaba. Compraba en los quais los libros que amaba y me acuerdo que a él le debo el descubrimiento de Marcel Schwob. Tenía una enorme admiración por El libro de Monelle.
(«Bergamín entre muses et meduses», mesa redonda en José Bergamín et la France)