El París de Jorge Edwards está constelado de olores, sabores y festines visuales que el novelista chileno trasladó a sus novelas, como podemos apreciar en un pasaje de El origen del mundo:
«Un sucucho que se encontraba en los alrededores de la Iglesia de Saint-Sévérin y de la rue de la Huchette (…) Llegué hasta el laberinto de callejuelas que rodeaba la iglesia, en medio del olor a fritanga griega, de las bolas de carne de cordero colgada, de los dulces empapados en miel, de las moscas, de la flor de los vagabundos y los reventados de esta tierra, y decidí volver a la carga».
(El origen del mundo, p. 103)