Las noches del exilio bordelés de Moratín fueron, como no podía ser de otra manera, noches de teatro. Indiferente a los seguimientos vespertinos de los que era objeto por parte de la policía, el dramaturgo ocupaba cada día el mismo palco y dejó prolijo testimonio en su epistolario de todo lo que disfrutó de la vida cultural de la ciudad.
“Así es que lo voy pasando en esta hermosa ciudad, con (..) la obligación diaria del teatro, que es uno de los mejores de Francia. Es verdad que no veo representar en él los sainetes de “Las castañeras picadas” , ni de “Chrivitas el Yesero” (…): pero veo otras cosas que me consuelan de lo que dejo de ver “.(Carta de Moratín a Francisca Muñoz, Burdeos, 7 de julio de 1823)