Una descomunal cabeza de basalto, gigantesco fruto de piedra caído del cielo, una divinidad decapitada se instala en la entrada del Petit Palais.
Querido Jaime:
[…] Los trabajos de la Exposición (desde la redacción del catálogo un monumento, según Malraux hasta los menesteres burocráticos) me han robado toda tranquilidad durante los últimos meses. Pero creo que valió la pena. Un día te contaré la historia secreta de la Exposición y las tribulaciones de Gamboa (a quien estúpidamente aún se niega en México), [el Embajador] Morones Prieto (su intervención fue decisiva) y las mías. No sé si allá se den cuenta de lo que hemos hecho aquí. […]
(Carta de Octavio Paz a Jaime García Terrés, París, 4 de abril de 1962).