En esta esquina se encontraba la chocolatería de Braulio Poc, centro de reunión de los refugiados españoles. Goya trabó gran amistad con su dueño, un antiguo propietario agrícola al que el exilio había convertido en próspero comerciante. Compartían un mismo credo político y las mismas raíces pues ambos eran aragoneses.
«He sentido una honda emoción en Burdeos; he visto al anciano Braulio Poc a quien conocéis, que trató a Goya y del que tiene recuerdos muy nítidos…», (Paul Lafond «Les dernières années de Goya en France», Gazzette des Beaux-Arts, 1907)
«En la modesta morada de este buen hombre, en la trastienda de su chocolatería, yo he visto a las más grandes personalidades, los más valientes, los temperamentos más nobles de la España contemporánea: proscritos a quienes les gustaba verse todos los días, reunirse, consolarse. Vencidos y desdichados, atemperaban su derrota y su desgracia con esperanzas nuevas». (Louis Lurine, La train de Bordeaux, voyage dans le passé, Victor Lecour editeur, 1854)