Alejo tardó meses en hallar acomodo en París. Iba de bar en bar, como un bohemio y en compañía de Miguel Ángel Asturias y Desnos. Tristan Tzara los asomaba a un mundo mágico. Comenzaban el día en la Closerie de Lilas, donde luchaban por sentarse en la mesa habitual de Verlaine; seguían luego por el boulevard Montparnasse hasta llegar al Sélect, donde durante años se exhibió un fresco de Alejo. Casi diariamente escribía allí a su madre, donde le hablaba de sus grandes éxitos para tranquilizarla. También lo hacía mostrando una actitud prudente hacia las mujeres.
Jamás se le pasó por la cabeza la idea del casamiento, y eso que estuvo enamorado varias veces. Lo que más temía era caer con una francesa: es la mujer que ha tomado en el mal sentido la emancipación concedida por el mundo moderno.
En una de las cartas a su madre, concluye: !Claro que hay francesas buenas; pero la raza, en general, es muy, muy peligrosa para un hombre leal¦ Sin contar que como amigas, toda francesa se hace cómplice de la mujer que engaña a su marido.
Alejo Carpentier