Nunca trabajaron juntos y, en sus comienzos como diseñador, Balenciaga nunca quiso recibirlo, pero en 1968, al decidir cerrar su negocio, envió a todas sus clientas a la casa de costura de Givenchy.
«No es verdad que viviera como un monje. A Balenciaga le gustaban los buenos Martinis y recibía amigos como Greta Garbo o Cecil Beaton. Fue un amigo maravilloso, correcto, honesto y con todas las cualidades que nos gustaría encontrar en la gente».
Hubert de Givenchy