Es en este lugar donde ocurre el ansiado encuentro de Darío con su admirado Verlaine en 1893, en compañía de Enrique Gómez Carrillo y Alejandro Sawa.
«Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche, en el café D’Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos acólitos.[…] Se conocía que había bebido harto. Respondía de cuando en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes, golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con Sawa, me presentó: «Poeta americano, admirador, etc.». Yo murmuré en mal francés toda la devoción que me fue posible, concluí con la palabra gloria… Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la mesa, me dijo en voz baja y pectoral: «¡La gloire!… ¡La gloire!… ¡M… M… encore!…»
Rubén Darío, La vida de Rubén Darío escrita por él mismo